El ser
humano debe estar consciente del rol que debe  desempeñar  en la sociedad.
  Hay que   saber  por y para que  vinimos  al  mundo ,porque todos estamos aquí   con
un   fin, que  no sea sólo  vivir en la tierra, sino  existir y para eso debemos  accionar de manera  positiva. 
   Aunque
reconocemos que todos tenemos  luces y
sombras, debemos convertir  esas sombras  en luz y la 
Luz  no dejarla    apagar jamás e ir  más allá de la espiritualidad.
   Es necesario entonces,  reconocer que   necesitamos tener  un alma blanca, un alma humana, sentir
profundo respeto por lo que nos rodea, personas, animales, ambiente,  el planeta en sí. Ser   capaz de sentir
empatía de una forma superior al resto,  capaz de identificar nos  con los éxitos  de los demás, sentir la alegría y llorar el
dolor ajeno.
   Hay   que  ser  persona  sensible, receptiva, llena de sentimientos,
con alma viva, que busque de la vida lo mejor a nivel humano, que sepa  de valores éticos  y que su principal principio sea: “no hagas a
los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. 
   Amar la libertad, la justicia, el amor y la
alegría,  amar la vida  desde la paz y no  sólo la 
interior,  sino  también  la paz mundial, hay que estar vivos,
despiertos, no escapar de las responsabilidades, de ayudar a que este sea un
mundo en armonía con su entorno y no actuar nunca en contra de los demás.
  La persona de alma buena, pura, limpia o
blanca   no actúa nunca contra su casa: La tierra y
quienes la habitan. Las almas blancas
son mucho más seguras que las negras, son más sensible y noble, aunque no son
la  más fuerte… ¡Ah!  No olvide que las personas de sonrisa
blanca curan el alma.
La semana pasada viví para sentir  y
contar que en la vida  además del cuerpo hay
que existir en espíritu y  alma. 
    Conocí  a varios 
niños, quería darle tanto de mí, no tenía nada material , no pude darle juguetes,
pero juqué con ellos, le regale un corto, pero invaluable, fragmento de tiempo
en el que mientras conversaba con ellos, disfrutaba de sus caritas que
reflejaban la ternura y la inocencia, intercambiamos sonrisas, estreche sus
manos y no falto   un abrazo, fue un día de existir, enseñándoles
a escribir su propio destino.
  A la hora
de la partida no quería irme, era como si el tiempo se hubiese detenido, pero tenía
que decir adiós. Ahora ellos, los pequeños, guardan consigo el recuerdo de un
lindo día y estarán a la espera de una nueva visita que quizás nunca llegue,
pero conocerán la esperanza.
  Aquella mañana  crecí como 
ser  humano y deje en su lista de
vivencias  una línea para sus recuerdos. Y
justo  ahí, es  donde  reafirmo  la razón de la sonrisa de un niño, y en un instante de certeza sin
precedentes, fortalecí  el valor de la
familia y de tener  al lado a alguien que nos quiera, y nos enseñe el valor
del amor y la  alegría… Hoy no quiero
olvidar el rol que me toca para existir.



 
 



















 
 
 
 
 
