miércoles, 26 de agosto de 2015

Ayudar alarga la vida





Probablemente no exista  una ecuación básica que nos indique cómo ayudar a los demás, pero si analizamos la frase del novelista  y pensador ruso León Tolstói  que dice “El que ayuda a los demás se ayuda a sí mismo”.  Seguro que  estaríamos en la mejor disposición de hacerlo.

    Sin embargo, todos deberíamos tener la voluntad de ayudar a los demás. Si conociéramos cuales son las necesidades de la humanidad. Ayudar es cuestión de amor, conciencia y  solidaridad, es  sentir el imperioso deseo de servir, de hacer el bien, de ser útil a los  menos favorecidos.
     Para prestar colaboración desinteresada en una necesidad o un peligro, es cuestión de  empatizar  con el que necesita, es  tratar de ponerse en el lugar del otro, en la  piel del que tiene un problema.  Ayudar a los que están confundidos sobre los medios que han de utilizar, especialmente en su búsqueda de felicidad. Y como sabemos, es feliz aquel cuya conciencia no lo acusa de nada.

    Es prudente saber que las ayudas no son  solo tangibles o económicas, existen ayudas que pueden ser mucho más valiosas como consejos, y apoyo en momentos de dificultad, de dolor; siempre necesitamos a alguien en momentos de angustia,  que nos de fuerzas y  esté a nuestro lado animándonos, ofreciéndonos una palabra de fe  para seguir adelante. 

   Para ayudar a alguien primero debe salir de lo más profundo de tu corazón, no  para que te vean, para lavar tu imagen, te reconozcan o feliciten, cuando ayudes debes estar convencido de querer hacerlo, de esa manera te sentirás pleno, por haber realizado un acto  humanitario.

     Por alguna razón de la vida en cada esquina vemos la pobreza de la gente, no tiene que ir lejos para poder extender tus manos y ofrecer ayuda, poner tus oídos  para escucharle  y comprender aquellos que no tienen quienes le brinden un abrazo de esperanza, inténtalo hoy, le hará feliz  y a ti, te proporciona un gran bienestar  y satisfacción al espíritu.
 
  Y es que ayudar alarga la vida. Así lo confirman diversos estudios realizados por psicólogos y psiquiatras publicados en la revista Heatlh Psychology y en el American Journal of Public Health. Provoca bienestar a nivel mental, lo que a la vez se traduce en sentimientos de felicidad y alegría, aumenta la autoestima, la confianza y seguridad en uno mismo .Quien ayuda se convierte en una persona más positiva, reduce el estrés, la ansiedad y la depresión, mejora el sistema inmunológico con lo que se reduce la posibilidad de enfermar, y reduce la probabilidad de padecer enfermedades mentales.

  Ah! Ayudar  no es dar lo que te sobra, lo que no necesites o lo que ya no te guste. Ayudar es  cumplir con el principio de justicia que exige al que tiene, puede y sabe más, compartir con el que  tiene, puede y sabe menos.

Recuerda  que quien ayuda jamás dice que lo hizo, sí lo hace,  entonces no vale la pena haber ayudado a alguien, porque si lo dices en realidad quien necesita la ayuda eres tú.

domingo, 23 de agosto de 2015

Mientras más amo más gano



     Parece que muchas veces nos asusta ser quien más ama, quien se preocupa más o quien parece tener más expectativas dentro de una relación.
 
    Cuando  amamos creemos. Creer y  amar, dos palabras que deben estar íntimamente ligadas. Entonces surge la pregunta: ¿Uno ama porque cree, o uno cree porque ama? ¿Usted que piensa?

    En efecto: Creer,  es dar  confianza a otra persona, es posible solamente si uno ama, si uno descubre la bondad que el otro encierra en su interior, en su ser, alma y  corazón. Creemos  si amamos a los demás, cuando somos capaces de renunciar a pedir pruebas y nos fiamos, nos abandonamos a la confianza de amar y que nos amen.
  
    Un hijo cree ciegamente en su madre porque la ama y porque se siente profundamente amado por ella. El esposo y la esposa  se aman con certeza de  que  la vida matrimonial, no es  un  contrato… creer, confiar, es  la más importante manifestación del amor en pareja. El mundo actual vive una profunda crisis de fe,  casi  imposible  de creer, de ser así, entonces hay que afirmar que el mundo vive una crisis de amor, pues sin fe es imposible amar.

    Cuando no podemos fiarnos del otro tampoco podemos llegar a vivir en paz. Porque creer, como amar, es darle al otro, nuestros afectos  deben estar  por encima de las  evidentes pruebas que podamos tener para estar “seguros” de la bondad y de la honradez del otro.

    Vivir hurgando siempre, en todos los asuntos de la vida del otro, buscando  pruebas para demostrar  que  nos engañan, es encerrarse en uno mismo hasta los límites de la locura. La fe devuelve la  confianza, aun, para aquellos que han  sufrido la amargura del engaño y la traición, permitiendo abrir el corazón para empezar  amar de nuevo.
  
  Creer es fácil porque estamos hechos para amar. Amar es posible porque otros se han fiado de nosotros y vivimos gracias a aquellos de los que nos hemos fiado… Así de sencilla es la ley de la vida humana.
   
   Tenemos que creer en el amor para no morir de tristeza, se es feliz en la vida cuando se ama, la sociedad necesita la fe en el amor. Es triste ver uniones pasajeras, divorcios a vapor, la eliminación del que estorba, el placer como meta  de la existencia, la violencia como medio de imposición; los hombres y  mujeres de nuestros tiempos están dejando de creer que el amor existe, y no es así, el amor es el más puro y sublime de los sentimientos, es real, está ahí en tu alma o en el famoso corazón, pero estas dentro de ti, aprende a dejarlo fluir.
   
   Amando más se conoce la intensidad de los   sentimientos, amar mas no hace a nadie más débil, ni más dependiente;  usualmente lo que nos detiene a la hora de dejarnos llevar es nuestro instinto de preservación .amar mas, te convierte en una persona más auténtica, que vive bajo sus propias reglas, que ríe, que sufre,   que siente y comprende que la naturaleza del amor es volvernos más vulnerables y receptivos. Amando ganamos la libertad de sentir, de pensar, de retribuir, de encontrar la paz interior que nos produce sentir amor.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Lo que añoramos



   

   Hoy recuerdo con nostalgia como éramos criados,  con principios morales y valores comunes. Cuando era niña, madres, padres, abuelos,  tíos, maestros, vecinos eran personas dignas de respeto, admiración y consideración, cuanto más edad, más afectos existía hacia ellos. Unas décadas atrás, era mala educación e inimaginable responder mal  a los mayores, a maestros o autoridades, nunca un Tú. Había respeto.

    Confiábamos en  los adultos porque todos eran padres, madres o familiares de todos los niños/as del campo, del barrio, de la comunidad, del pueblo o en la gran ciudad. Eran tiempos donde se amaba al  ser humano sin que nos dieran nada, sin favores… no sentíamos miedos de ellos, no temíamos  acercarnos a pedirle un favor o saludarle con respeto y buena costumbre.

    El  estar al lado de un adulto nos daba confianza, protección, seguridad. Otrora solo sentíamos miedo  apenas de los sapos, las brujas, ratones, culebras, o la oscuridad de la noche. Sin embargo, hoy tenemos miedo a que se nos acerquen en la calle, a que alguien llegue  hacer una encuesta o vender un producto a nuestras  casas,  tememos del que se detiene a pedir una dirección  . Ahora desconfiamos de todo y de todos.
  
     Hoy tenemos tanto miedo por todo lo que nuestros  hijos y nietos  un día no tendrán para añorar. Porque  tristemente  y aunque nos duela pronunciar, ya no podemos ni tenemos  en quien confiar.

    Y no es para menos, porque nos encontramos en una sociedad que está calcomida por la corrupción ,la irresponsabilidad, la hipocresía y la ambición desmedida del ser humano, donde solo le interesa conseguir dinero sin importar a quien tenga que llevarse por delante para obtenerlo.  

     Ya no hay compasión  por los indefensos, ni consideración hacia el hermano, no existe la solidaridad, abandonamos los ancianos, no cuidamos de los enfermos.  Ahora se ven tantas miserias: tenemos   asesinatos, drogas, asaltos, robos, violaciones y niñas teniendo sexo sin conciencia, convirtiéndose en “Niñas que traen  niños al mundo”.

   ¡Cómo hemos cambiado! Ahora  tenemos  armas y abortos en las escuelas, no respetamos a los maestros, no sabemos las letras del Himno Nacional; ya no rezamos un padre nuestro, cantamos un regueton donde sus  morbosas letras van dejando la vulgaridad  marcada en  la memoria de nuestros hijos e hijas.

     Ahora  vale más parecer que ser, vale más un celular que un diploma, una pantalla plana que una conversación personal, un caro rubor que una flor, una cartera que un abrazo, una propina que una sonrisa.

     ¡Oh Dios! Como añoro el  retorno  de la verdadera vida, simple como la luna, limpia  como un cielo de abril, leve como la brisa de la mañana y suave como la lluvia.

       Hoy siento una tristeza infinita por todo lo que hemos perdido… pero  a pesar de todo   caminemos, avancemos  con la esperanza  de que  un día podamos volver a confiar.

La pena de la muerte



     No existe manera alguna de describir la magnitud del dolor que se siente tras la muerte de un ser querido,  si buscamos una definición a  ase  dolor  probablemente digamos que sentimos que el corazón se nos  rompió, que nuestra alma se fue  del cuerpo, negándonos aceptar la realidad, incluso quisiéramos irnos con ese ser que nos dejo el alma vacía. 
    La muerte de un ser  especial como una madre, un padre, un hijo   parece detener la vida y de pronto el dolor se apodera de cada momento sin que podamos hacer mucho para mitigarlo. La confusión, la angustia, la depresión o simplemente vacío de aceptación  son algunas de las emociones que sentimos  cuando perdemos un ser querido. Ni los amigos, ni el exceso de trabajo, ni las salidas forzadas pueden curar la herida que abre la muerte.
      El dolor  por  la muerte de una persona amada  nos produce  algunas reacciones físicas como  opresión en el pecho, llanto, músculos tensos, problemas para relajarnos, poca energía, nerviosismo o problemas para concentrarnos.

     Las  emociones pueden ser más intensas o más profundas de lo habitual, lo importante es, no fijarnos plazos para salir de la situación de pena en la que nos encontremos, sino vivir el presente y dejar este proceso que  siga  el curso del día a día. Es preciso exteriorizar los sentimientos ,hablar de lo que se siente,  nada más alentador   que aprender a comunicar la verdad que habita dentro de uno mismo, se siente una descarga que acompañan las lágrimas y nos sentimos mejor
   Asumir con serenidad  la ausencia, centrándonos y volviéndonos a las actividades cotidianas, no creer que si no se llora no se sufrirá. Muy por el contrario, no hay que cerrarse al dolor, pues tarde o temprano termina por explotar, afectando nuestro cuerpo y mente. Además, es esencial mantener los espacios personales, y respetar esa privacidad, si queremos  estar sola/o y llorar hasta secar los ojos, debemos  ser respetadas /os.
    En medio del dolor, es reconfortante recibir  la visita de amigos, que te den  un abrazo, escuchar  unas palabras de aliento, apoyarnos en las personas que nos rodean, que siempre son las que tienen la posibilidad de escucharte  sin asustarse o intentar callarnos.
        En todas las familias hay muertos porque todos tenemos antepasados. Pensar en los que ya no están puede ayudarnos a reconsiderar la relación que mantenemos con los que tenemos cerca.
    Una pérdida puede llevarnos a encontrar fuerza en la fe, a cuestionar creencias religiosas o a descubrir significados y conexiones espirituales.
    Para los cristianos la fe en Dios es la única dosis que podemos tomar para superar el dolor y reconocer  que solo él sabe porqué ocurren las cosas, y que debemos agradecer su voluntad; sólo Dios nos da la conformidad, con el tiempo el dolor se va acomodando  en un rinconcito del alma donde quedan dormidos los recuerdos velados por el amor eterno.