No
existe manera alguna de describir la magnitud del dolor que se siente tras la
muerte de un ser querido, si buscamos
una definición a ase dolor
probablemente digamos que sentimos que el corazón se nos rompió, que nuestra alma se fue del cuerpo, negándonos aceptar la realidad,
incluso quisiéramos irnos con ese ser que nos dejo el alma vacía.
La muerte de un ser especial como una madre, un padre, un hijo parece detener la vida y de pronto el dolor
se apodera de cada momento sin que podamos hacer mucho para mitigarlo. La
confusión, la angustia, la depresión o simplemente vacío de aceptación son algunas de las emociones que sentimos cuando perdemos un ser querido. Ni los
amigos, ni el exceso de trabajo, ni las salidas forzadas pueden curar la herida
que abre la muerte.
El dolor
por la muerte de una persona
amada nos produce algunas reacciones físicas como opresión en el pecho, llanto, músculos
tensos, problemas para relajarnos, poca energía, nerviosismo o problemas para
concentrarnos.
Las
emociones pueden ser más intensas o más profundas de lo habitual, lo
importante es, no fijarnos plazos para salir de la situación de pena en la que
nos encontremos, sino vivir el presente y dejar este proceso que siga
el curso del día a día. Es preciso exteriorizar los sentimientos ,hablar
de lo que se siente, nada más
alentador que aprender a comunicar la
verdad que habita dentro de uno mismo, se siente una descarga que acompañan las
lágrimas y nos sentimos mejor
Asumir con serenidad la ausencia,
centrándonos y volviéndonos a las actividades cotidianas, no creer que si no se
llora no se sufrirá. Muy por el contrario, no hay que cerrarse al dolor, pues
tarde o temprano termina por explotar, afectando nuestro cuerpo y mente.
Además, es esencial mantener los espacios personales, y respetar esa privacidad,
si queremos estar sola/o y llorar hasta
secar los ojos, debemos ser respetadas
/os.
En medio del dolor, es reconfortante
recibir la visita de amigos, que te den un abrazo, escuchar unas palabras de aliento, apoyarnos en las
personas que nos rodean, que siempre son las que tienen la posibilidad de
escucharte sin asustarse o intentar
callarnos.
En
todas las familias hay muertos porque todos tenemos antepasados. Pensar en los
que ya no están puede ayudarnos a reconsiderar la relación que mantenemos con
los que tenemos cerca.
Una pérdida puede llevarnos a encontrar
fuerza en la fe, a cuestionar creencias religiosas o a descubrir significados y
conexiones espirituales.
Para los cristianos la fe en Dios es la
única dosis que podemos tomar para superar el dolor y reconocer que solo él sabe porqué ocurren las cosas, y
que debemos agradecer su voluntad; sólo Dios nos da la conformidad, con el
tiempo el dolor se va acomodando en un
rinconcito del alma donde quedan dormidos los recuerdos velados por el amor
eterno.
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