Hoy
recuerdo con nostalgia como éramos criados,
con
principios morales y valores comunes. Cuando era niña, madres, padres,
abuelos, tíos, maestros, vecinos eran
personas dignas de respeto, admiración y consideración, cuanto más edad, más
afectos existía hacia ellos. Unas décadas atrás, era mala educación e
inimaginable responder mal a los
mayores, a maestros o autoridades, nunca un Tú. Había respeto.
Confiábamos en los adultos porque todos eran padres, madres
o familiares de todos los niños/as del campo, del barrio, de la comunidad, del
pueblo o en la gran ciudad. Eran tiempos donde se amaba al ser humano sin que nos dieran nada, sin
favores… no sentíamos miedos de ellos, no temíamos acercarnos a pedirle un favor o saludarle con
respeto y buena costumbre.
El
estar al lado de un adulto nos daba confianza, protección, seguridad.
Otrora solo sentíamos miedo apenas de
los sapos, las brujas, ratones, culebras, o la oscuridad de la noche. Sin
embargo, hoy tenemos miedo a que se nos acerquen en la calle, a que alguien
llegue hacer una encuesta o vender un
producto a nuestras casas, tememos del que se detiene a pedir una
dirección . Ahora desconfiamos de todo y
de todos.
Hoy tenemos tanto miedo por todo lo que
nuestros hijos y nietos un día no tendrán para añorar. Porque tristemente
y aunque nos duela pronunciar, ya no podemos ni tenemos en quien confiar.
Y no es para menos, porque nos
encontramos en una sociedad que está calcomida por la corrupción ,la
irresponsabilidad, la hipocresía y la ambición desmedida del ser humano, donde
solo le interesa conseguir dinero sin importar a quien tenga que llevarse por
delante para obtenerlo.
Ya no hay compasión por los indefensos, ni consideración hacia el
hermano, no existe la solidaridad, abandonamos los ancianos, no cuidamos de los
enfermos. Ahora se ven tantas miserias:
tenemos asesinatos, drogas, asaltos,
robos, violaciones y niñas teniendo sexo sin conciencia, convirtiéndose en
“Niñas que traen niños al mundo”.
¡Cómo hemos cambiado! Ahora tenemos
armas y abortos en las escuelas, no respetamos a los maestros, no
sabemos las letras del Himno Nacional; ya no rezamos un padre nuestro, cantamos
un regueton donde sus morbosas letras
van dejando la vulgaridad marcada
en la memoria de nuestros hijos e hijas.
Ahora
vale más parecer que ser, vale más un celular que un diploma, una
pantalla plana que una conversación personal, un caro rubor que una flor, una
cartera que un abrazo, una propina que una sonrisa.
¡Oh Dios! Como añoro
el retorno de la verdadera vida, simple como la luna,
limpia como un cielo de abril, leve como
la brisa de la mañana y suave como la lluvia.
Hoy siento una tristeza infinita por
todo lo que hemos perdido… pero a pesar
de todo caminemos, avancemos con la esperanza de que
un día podamos volver a confiar.
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