domingo, 11 de octubre de 2015

¿Practicamos lo que predicamos?



    

 Es paradójico la frecuencia con la que nos encontrarnos con personas sumamente contradictorias: Promueven la igualdad pero son clasistas; dicen que el dinero no es importante pero se matan toda una vida consiguiéndolo, unos a base de trabajo, otros de manera fácil,  afirman que todos tenemos dignidad pero a la hora de encontrarse en la calle con personas como prostitutas o indigentes corren como si éstos tuviesen  lepra.
  La mayoría de personas queremos un mundo sin armas, pero salimos a celebrar cuando una persona que consideramos mala  es asesinada, no queremos niños violentos y somos los primeros en comprarles  una pistola de juguete.
   Queremos un planeta libre de contaminación, pero  lanzamos  al más leve descuido un plástico en la calle,  fumamos; extraemos arenas de los ríos  y desperdiciamos el agua como si no fuéramos a necesitarla nunca más.
  No  queremos que  nos critiquen destructivamente, pero no titubeamos en señalar a los demás cuando no hacen lo que nosotros consideramos correcto.
  Nos encanta que nos halaguen y reconozca nuestra “virtudes” pero no somos capaces de reconocer la de los demás.
  Queremos que los niños no sean maltratados pero, ¿cuántos de nosotras nos detenemos en las calles  a defender a un infante que está siendo abusado, maltratado?
Todo nos parece injusto pero, ¿Cuántos nos levantamos en contra de la injusticia y elevamos nuestras voces en honor a la igualdad?
 ¿Cuántos somos capaces de dejar de pensar por un momento en nosotros  y preocuparnos por una persona  que no tiene que comer hoy, cuántas?
¿Cuánto hablan de derechos y todos los días vivimos violentando el derecho de los demás?
Somos egoísta o hipócritas  circunstancial, nos preocupa todo esto sólo cuando nos toca a nosotros, cuando le pasa a alguien que no  conocemos nos hacemos  indiferente, y seguimos en nuestra búsqueda desmedida de encontrar lo que nos acomode a nosotros y a los nuestros.
¿Qué creemos que debemos estar practicando, o practicar más eficazmente la mayoría de nosotros? ¿Cuál es nuestro deber? ¿Qué se nos ha mandado? ¿Qué predicamos? ¿Podemos mejorarnos mientras hay tiempo de practicar lo que predicamos?
Ya es normal que nos sintamos  cansados  de que en esta vida todo el mundo quiera  optar al título de “SANTO” pero nadie quiera convertirse en un MILAGRO.